viernes, 29 de abril de 2011

Sueño de Yoga


Por Araceli Ledesma

Qué hermoso huele el café por las mañanas. Puedo estar perdida en el sueño más lejano pero cuando ese vapor de miel y grano tostado acaricia mi nariz –despierto- poco a poco hasta regresar al mundo. Siempre está la misma imagen dándome los buenos días: Mi esposo con la cara hinchada sosteniendo una taza en una mano y un ramillete de biscottis en la otra. 

Me siento en la cama a tomar ese elixir matutino sin descuidar las galletas que María, nuestra perra, olfatea con antojo cuando no la veo. 

-¡Ay María! Quién puede soportar esas miradas tuyas que regalas a cambio de un bocado…

Han pasado escasos minutos cuando miro sin querer el reloj de bolsillo que cuelga del cuello de María. “¡Cómo!”“¿Ya tan rápido?” Salto de la cama angustiada, me cambio de ropa rápidamente y salgo corriendo al templo. La práctica empieza diario a las diez y Babu, el gurú, siempre es puntual. 

Pasados cinco minutos llego sin aliento al salón, me quito los zapatos de un jalón y entro despistadamente al estudio. Justo cuando creí que Babu no iba a notar mi retraso le escucho pronunciar mi nombre. Volteo a mirarlo con media sonrisa y él me hace un gesto amable de aprobación con la cabeza, está sentado en loto al frente del salón envuelto en un aura blanca que jamás había visto antes.

-Quizás ayuda esa cortina de cristales por la que se filtra la luz del sol a sus espaldas- considero, desorientada.

Me hinco con ambas rodillas sobre el piso y saludo al gurú con las palmas de mis manos unidas en namasté, una especie de reconocimiento del alma de los otros dentro del alma mía. Babu nos sugiere ofrecer nuestra práctica a algo o a alguien; yo siempre pienso en flores, árboles y niños riendo cuando escucho esta petición; aunque todavía no sepa bien a qué se refiera.

Los minutos pasan, la práctica de ásana a través de la cual buscamos concientizar las habilidades del cuerpo se vuelve minuto a minuto más intensa y profunda. Babu nos insta a permanecer por varios minutos en utkatasana y yo siento el sudor escurrir por mi frente. Mi cuerpo tiembla como loco pero trato de meditar, el silencio comienza a pesar cuando de repente su voz de hada madrina interrumpe:
-¡Ríndanse, ríndanse a lo divino!- Exclama, extasiado.

-¿Qué será exactamente lo divino?-Pienso, apretando con fuerza los dientes.
Haberme detenido mentalmente en este último punto me hace perder el equilibrio y me tengo que sostener en la pared para no caer. No termino de recomponer la postura cuando Babu, supongo, al vernos tan agotados, nos regala tres minutos de balasana…
-Los monjes budistas permanecen una hora en utkatasana y lo hacen sobre las puntas de sus pies-dice, burlándose tiernamente.

Inmediatamente visualizo a cientos de hombres calvos en sus túnicas rojas de puntillas en utkatasana, en alguna montaña helada del Tíbet.

-¡De la que te salvaste de ser monje tibetano!- escucho en mi cabeza.

La sesión continúa con varias series de poses que fluyen una tras la otra, el momento más crítico llega cuando hacemos navasana, también conocida como pose del bote. Todos deseamos rendirnos pero el gurú camina vigilante por el collage de tapetes coloridos poniendo especial atención al sacrificio de nuestra práctica y asegurándose de que nuestras caderas se sostengan justo en el punto de inflexión.

Nada parece ayudar cuando estoy en el lugar más incómodo de mi cuerpo, estoy húmeda, apretando el estómago y los párpados. ¿Cómo demonios se puede meditar así?

-¡Quemen el fuego! ¡Quemen el fuego!- grita, sus brazos meciéndose en el aire.

Es cierto, todos en el salón se me figuran flamas que se agitan. Yo me veo también como el fuego y veo cómo ardemos en él mi perro, mi marido y yo. Es, para mi sorpresa, la única imagen que me permite quemar lentamente, lo que sea, el fuego.

Como en todo en la vida, después de haber escalado la cima tienes derecho a bajarla. Sé que después de tanto someter al cuerpo llegará el momento de derramarse cual cadáver en savasana: largos minutos de meditación y silencio en los que descubro lo “divino”, lo que concibo como una chispa en el corazón; la chispa de vida que anima este cuerpo que yace flojo y vulnerable sobre el piso.
Abro mis ojos de nuevo, la luz lastima. “¿Dónde estoy?” Se escucha de nuevo su melodiosa voz que se pierde a la distancia:

-Manos en el corazón yoguis. Con gratitud y gracia tomen el brillo y compártanlo con los demás. 

-¿Amor? Amor, ya despierta, te traje el café.

Sobre Araceli Ledesma
 

Araceli Ledesma tiene 27 años, estudió finanzas en el ITAM y trabajó como "broker" en una casa de bolsa hasta el año pasado. Actualmente reside en Boston. Practica yoga hace un año. Escribió el relato como parte de los ejercicios de escritura creativa en un curso a distancia dirigido por la profesora y practicante yogui Lauri García Dueñas, a quien agradezco que me haya hecho llegar el cuento y sé que también los lectores de Kusuma.



Kusuma: Cuéntanos un poco de ti, ¿cómo llegó el yoga a tu vida?

Araceli: ¿Cómo llegó el yoga a mi vida? No hace mucho tiempo (1 año), de hecho empecé a practicarlo aquí. Mi casa está muy cerca de un estudio de yoga y a menudo en mis caminatas, pasaba enfrente del lugar. Desde hace muchos años me había interesado probar esta disciplina pero en México era muy difícil, no tenía el tiempo y las pocas clases que había probado me parecían demasiado desafiantes.

Así que, un día me armé de valor y me metí a una clase. Creo que era justo mi momento porque  a partir de esa primera sesión no pude dejar la práctica. Probé distintos tipos de yoga y el que terminó por robarme el corazón fue el vinyasa. Me gusta mucho que haya fluidez entre las posiciones y no sólo enfocarme a los asanas sino también al pranayama.

Poco a poco mi interés por el yoga ha ido emigrando del ejercicio a la filosofía. El yoga a traído a mi vida paz, humildad, aceptación, compasión y alegría. Además, desde aquella primera clase, no he podido ver mi cuerpo igual que antes:  Ahora lo atesoro y confío en su enorme potencial.

El cuento que Lauri amablemente promovió, es un ejercicio sobre lo imaginario. Recuerdo que esa tarea en especial me resultó muy difícil, tardé mucho tiempo en elegir el tema. Fue, extrañamente, en medio de un savasana que me golpeó la idea en la cabeza y me dije: "Qué otra cosa más imaginaria que todo lo que pasa en mi mente cuando estoy en las sesiones de vinyasa..."

Mi maestra siempre nos dice al final: "Take the glow and share it with others". Y eso fue lo que quise hacer con este cuento, de alguna manera.

Namasté.

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