Por
Araceli Ledesma
Qué
hermoso huele el café por las mañanas. Puedo estar perdida en el sueño más
lejano pero cuando ese vapor de miel y grano tostado acaricia mi nariz
–despierto- poco a poco hasta regresar al mundo. Siempre está la misma imagen
dándome los buenos días: Mi esposo con la cara hinchada sosteniendo una taza en
una mano y un ramillete de biscottis en la otra.
Me
siento en la cama a tomar ese elixir matutino sin descuidar las galletas que
María, nuestra perra, olfatea con antojo cuando no la veo.
-¡Ay
María! Quién puede soportar esas miradas tuyas que regalas a cambio de un
bocado…
Han
pasado escasos minutos cuando miro sin querer el reloj de bolsillo que cuelga
del cuello de María. “¡Cómo!”“¿Ya tan rápido?” Salto de la cama angustiada, me
cambio de ropa rápidamente y salgo corriendo al templo. La práctica empieza
diario a las diez y Babu, el gurú, siempre es puntual.
Pasados
cinco minutos llego sin aliento al salón, me quito los zapatos de un jalón y
entro despistadamente al estudio. Justo cuando creí que Babu no iba a notar mi
retraso le escucho pronunciar mi nombre. Volteo a mirarlo con media sonrisa y
él me hace un gesto amable de aprobación con la cabeza, está sentado en loto al
frente del salón envuelto en un aura blanca que jamás había visto antes.
-Quizás
ayuda esa cortina de cristales por la que se filtra la luz del sol a sus
espaldas- considero, desorientada.
Me
hinco con ambas rodillas sobre el piso y saludo al gurú con las palmas de mis
manos unidas en namasté, una especie de reconocimiento del alma de los otros
dentro del alma mía. Babu nos sugiere ofrecer nuestra práctica a algo o a
alguien; yo siempre pienso en flores, árboles y niños riendo cuando escucho
esta petición; aunque todavía no sepa bien a qué se refiera.
Los
minutos pasan, la práctica de ásana a través de la cual buscamos concientizar
las habilidades del cuerpo se vuelve minuto a minuto más intensa y profunda.
Babu nos insta a permanecer por varios minutos en utkatasana y yo siento el
sudor escurrir por mi frente. Mi cuerpo tiembla como loco pero trato de
meditar, el silencio comienza a pesar cuando de repente su voz de hada madrina
interrumpe:
-¡Ríndanse,
ríndanse a lo divino!- Exclama, extasiado.
-¿Qué
será exactamente lo divino?-Pienso, apretando con fuerza los dientes.
Haberme
detenido mentalmente en este último punto me hace perder el equilibrio y me
tengo que sostener en la pared para no caer. No termino de recomponer la
postura cuando Babu, supongo, al vernos tan agotados, nos regala tres minutos
de balasana…
-Los
monjes budistas permanecen una hora en utkatasana y lo hacen sobre las puntas
de sus pies-dice, burlándose tiernamente.
Inmediatamente
visualizo a cientos de hombres calvos en sus túnicas rojas de puntillas en
utkatasana, en alguna montaña helada del Tíbet.
-¡De
la que te salvaste de ser monje tibetano!- escucho en mi cabeza.

Nada
parece ayudar cuando estoy en el lugar más incómodo de mi cuerpo, estoy húmeda,
apretando el estómago y los párpados. ¿Cómo demonios se puede meditar así?
-¡Quemen
el fuego! ¡Quemen el fuego!- grita, sus brazos meciéndose en el aire.
Es
cierto, todos en el salón se me figuran flamas que se agitan. Yo me veo también
como el fuego y veo cómo ardemos en él mi perro, mi marido y yo. Es, para mi
sorpresa, la única imagen que me permite quemar lentamente, lo que sea, el
fuego.
Como
en todo en la vida, después de haber escalado la cima tienes derecho a bajarla.
Sé que después de tanto someter al cuerpo llegará el momento de derramarse cual
cadáver en savasana: largos minutos de meditación y silencio en los que
descubro lo “divino”, lo que concibo como una chispa en el corazón; la chispa
de vida que anima este cuerpo que yace flojo y vulnerable sobre el piso.
Abro
mis ojos de nuevo, la luz lastima. “¿Dónde estoy?” Se escucha de nuevo su
melodiosa voz que se pierde a la distancia:
-Manos
en el corazón yoguis. Con gratitud y gracia tomen el brillo y compártanlo con
los demás.
-¿Amor?
Amor, ya despierta, te traje el café.
Sobre Araceli Ledesma
Araceli Ledesma tiene 27 años, estudió
finanzas en el ITAM y trabajó como "broker" en una casa de bolsa
hasta el año pasado. Actualmente reside en Boston. Practica yoga hace un año. Escribió el relato como parte de
los ejercicios de escritura creativa en un curso a distancia dirigido por la
profesora y practicante yogui Lauri García Dueñas, a quien agradezco que me haya hecho llegar el cuento y sé que también los lectores de Kusuma.
Kusuma: Cuéntanos un poco de
ti, ¿cómo llegó el yoga a tu vida?
Araceli: ¿Cómo llegó el yoga
a mi vida? No hace mucho tiempo (1 año), de hecho empecé a practicarlo aquí. Mi
casa está muy cerca de un estudio de yoga y a menudo en mis caminatas, pasaba
enfrente del lugar. Desde hace muchos años me había interesado probar esta
disciplina pero en México era muy difícil, no tenía el tiempo y las pocas
clases que había probado me parecían demasiado desafiantes.
Así que, un día me
armé de valor y me metí a una clase. Creo que era justo mi momento porque
a partir de esa primera sesión no pude dejar la práctica. Probé distintos
tipos de yoga y el que terminó por robarme el corazón fue el vinyasa. Me gusta
mucho que haya fluidez entre las posiciones y no sólo enfocarme a los asanas
sino también al pranayama.
Poco a poco mi
interés por el yoga ha ido emigrando del ejercicio a la filosofía. El yoga a
traído a mi vida paz, humildad, aceptación, compasión y alegría. Además, desde
aquella primera clase, no he podido ver mi cuerpo igual que antes: Ahora
lo atesoro y confío en su enorme potencial.
El cuento que Lauri
amablemente promovió, es un ejercicio sobre lo imaginario. Recuerdo que esa
tarea en especial me resultó muy difícil, tardé mucho tiempo en elegir el tema.
Fue, extrañamente, en medio de un savasana que me golpeó la idea en la cabeza y
me dije: "Qué otra cosa más imaginaria que todo lo que pasa en mi mente
cuando estoy en las sesiones de vinyasa..."
Mi maestra siempre
nos dice al final: "Take the glow and share it with others". Y eso
fue lo que quise hacer con este cuento, de alguna manera.
Namasté.
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